Identifica todos los juicios implicitos o explicitos de la cancion:
Desarrollo / Actividades de aprendizaje.
Clasificación de los juicios por su Relación.
Por su Relación, los juicios son categóricos, disyuntivos e hipotéticos:
a) Categórico. Exige algo son condición
EJEMPLO:
El hombre es racional por naturaleza.
b) Disyuntivo. Es aquel en el que sus elementos se excluyen.
EJEMPLO:
México o España no son integrantes del Grupo de los siete.
Por su Relación, los juicios son categóricos, disyuntivos e hipotéticos:
a) Categórico. Exige algo son condición
EJEMPLO:
El hombre es racional por naturaleza.
b) Disyuntivo. Es aquel en el que sus elementos se excluyen.
EJEMPLO:
México o España no son integrantes del Grupo de los siete.
c) Hipotético. Expresa un deseo que se exige bajo cierta condición.
EJEMPLO:
Si estudias entonces seras un buen profesionista.
EJEMPLO:
Si estudias entonces seras un buen profesionista.
Clasificación de los juicios por su Modalidad.
Por su Modalidad, los juicios son problemáticos, apodícticos o asertóricos.
a) Problemáticos. Indica posibilidad. Expresa que algo puede ser o no ser.
Por su Modalidad, los juicios son problemáticos, apodícticos o asertóricos.
a) Problemáticos. Indica posibilidad. Expresa que algo puede ser o no ser.
EJEMPLO:
Algún día México será campeón mundial en futbol.
b) Apodíctico. Indica necesidad. Enuncia algo absolutamente necesario o absolutamente imposible.
EJEMPLO:
Todo mexicano es americano.
c) Asertórico. Indica realidad, Enuncia un hecho.
EJEMPLO:
Algún estadounidense es demócrata.
Algún día México será campeón mundial en futbol.
b) Apodíctico. Indica necesidad. Enuncia algo absolutamente necesario o absolutamente imposible.
EJEMPLO:
Todo mexicano es americano.
c) Asertórico. Indica realidad, Enuncia un hecho.
EJEMPLO:
Algún estadounidense es demócrata.
Clasificación de los juicios por su Comprehensión.
Por su comprehensión, los juicios son analíticos y sintéticos.
a) Analíticos. Es aquel cuyo predicado está contenido en el sujeto.
EJEMPLO:
Todo hombre es racional,
b) Sintéticos. Es aquel cuyo predicado no está contenido en el sujeto o le es completamente extraño.
EJEMPLO:
Alguna mujer es española.
a) Analíticos. Es aquel cuyo predicado está contenido en el sujeto.
EJEMPLO:
Todo hombre es racional,
b) Sintéticos. Es aquel cuyo predicado no está contenido en el sujeto o le es completamente extraño.
EJEMPLO:
Alguna mujer es española.
Actividad de Cierre.
Lee el siguiente texto y subraya todos los juicios, después clasificalos por su Relación, Modalidad y Comprehensión.
De Larra, Mariano " El casarse pronto y mal "
De Larra, Mariano " El casarse pronto y mal "
Así como tengo
aquel sobrino de quien he hablado en mi artículo de empeños y
desempeños, tenía otro no hace mucho tiempo, que en esto suele venir a
parar el tener hermanos. Éste era hijo de una mi hermana, la cual había
recibido aquella educación que se daba en España no hace ningún siglo:
es decir, que en casa se rezaba diariamente el rosario, se leía la vida
del santo, se oía misa todos los días, se trabajaba los de labor, se
paseaba las tardes de los de guardar, se velaba hasta las diez, se
estrenaba vestido el domingo de Ramos, y andaba siempre señor padre, que
entonces no se llamaba «papá», con la mano más besada que reliquia
vieja, y registrando los rincones de la casa, temeroso de que las
muchachas, ayudadas de su cuyo, hubiesen a las manos algún libro de los
prohibidos, ni menos aquellas novelas que, como solía decir, a pretexto
de inclinar a la virtud, enseñan desnudo el vicio. No diremos que esta
educación fuese mejor ni peor que la del día, sólo sabemos que vinieron
los franceses, y como aquella buena o mala educación no estribaba en mi
hermana en principios ciertos, sino en la rutina y en la opresión
doméstica de aquellos terribles padres del siglo pasado, no fue
necesaria mucha comunicación con algunos oficiales de la guardia
imperial para echar de ver que si aquel modo de vivir era sencillo y
arreglado, no era sin embargo el más divertido. ¿Qué motivo habrá,
efectivamente, que nos persuada que debemos en esta corta vida pasarlo
mal, pudiendo pasarlo mejor? Aficionose mi hermana de las costumbres
francesas, y ya no fue el pan pan, ni el vino vino: casose, y siguiendo
en la famosa jornada de Vitoria la suerte del tuerto Pepe Botellas, que
tenía dos ojos muy hermosos y nunca bebía vino, emigró a Francia.
Excusado es decir que adoptó mi hermana las ideas del siglo; pero como
esta segunda educación tenía tan malos cimientos como la primera, y como
quiera que esta débil humanidad nunca supo detenerse en el justo medio,
pasó del Año Cristiano a Pigault Lebrun, y se dejó de misas y
devociones, sin saber más ahora por qué las dejaba que antes por qué las
tenía. Dijo que el muchacho se había de educar como convenía; que
podría leer sin orden ni método cuanto libro le viniese a las manos, y
qué sé yo qué más cosas decía de la ignorancia y del fanatismo, de las
luces y de la ilustración, añadiendo que la religión era un convenio
social en que sólo los tontos entraban de buena fe, y del cual el
muchacho no necesitaba para mantenerse bueno; que «padre» y «madre» eran
cosa de brutos, y que a «papá» y «mamá» se les debía tratar de tú,
porque no hay amistad que iguale a la que une a los padres con los hijos
(salvo algunos secretos que guardarán siempre los segundos de los
primeros, y algunos soplamocos que darán siempre los primeros a los
segundos): verdades todas que respeto tanto o más que las del siglo
pasado, porque cada siglo tiene sus verdades, como cada hombre tiene su
cara.
No es necesario decir que el muchacho, que se llamaba Augusto, porque ya
han caducado los nombres de nuestro calendario, salió despreocupado,
puesto que la despreocupación es la primera preocupación de este siglo.
Leyó, hacinó, confundió; fue superficial, vano, presumido, orgulloso,
terco, y no dejó de tomarse más rienda de la que se le había dado.
Murió, no sé a qué propósito, mi cuñado, y Augusto regresó a España con
mi hermana, toda aturdida de ver lo brutos que estamos por acá todavía
los que no hemos tenido como ella la dicha de emigrar; y trayéndonos
entre otras cosas noticias ciertas de cómo no había Dios, porque eso se
sabe en Francia de muy buena tinta. Por supuesto que no tenía el
muchacho quince años y ya galleaba en las sociedades, y citaba, y se
metía en cuestiones, y era hablador y raciocinador como todo muchacho
bien educado; y fue el caso que oía hablar todos los días de aventuras
escandalosas, y de los amores de Fulanito con la Menganita, y le pareció
en resumidas cuentas cosa precisa para hombrear enamorarse.
Por su desgracia acertó a gustar a una joven, personita muy bien educada
también, la cual es verdad que no sabía gobernar una casa, pero se
embaulaba en el cuerpo en sus ratos perdidos, que eran para ella todos
los días, una novela sentimental, con la más desatinada afición que en
el mundo jamás se ha visto; tocaba su poco de piano y cantaba su poco de
aria de vez en cuando, porque tenía una bonita voz de contralto. Hubo
guiños y apretones desesperados de pies y manos, y varias epístolas
recíprocamente copiadas de la Nueva Eloísa; y no hay más que decir sino
que a los cuatro días se veían los dos inocentes por la ventanilla de la
puerta y escurrían su correspondencia por las rendijas, sobornaban con
el mejor fin del mundo a los criados, y por último, un su amigo, que
debía de quererle muy mal, presentó al señorito en la casa. Para colmo
de desgracia, él y ella, que habían dado principio a sus amores porque
no se dijese que vivían sin su trapillo, se llegaron a imaginar primero,
y a creer después a pies juntillas, como se suele muy mal decir, que
estaban verdadera y terriblemente enamorados. ¡Fatal credulidad! Los
parientes, que previeron en qué podía venir a parar aquella inocente
afición ya conocida, pusieron de su parte todos los esfuerzos para
cortar el mal, pero ya era tarde. Mi hermana, en medio de su
despreocupación y de sus luces, nunca había podido desprenderse del todo
de cierta afición a sus ejecutorias y blasones, porque hay que advertir
dos cosas: Primera, que hay despreocupados por este estilo; y segunda,
que somos nobles, lo que equivale a decir que desde la más remota
antigüedad nuestros abuelos no han trabajado para comer. Conservaba mi
hermana este apego a la nobleza, aunque no conservaba bienes; y esta es
una de las razones porque estaba mi sobrinito destinado a morirse de
hambre si no se le hacía meter la cabeza en alguna parte, porque eso de
que hubiera aprendido un oficio, ¡oh!, ¿qué hubieran dicho los parientes
y la nación entera? Averiguose, pues, que no tenía la niña un origen
tan preclaro, ni más dote que su instrucción novelesca y sus duettos,
fincas que no bastan para sostener el boato de unas personas de su
clase. Averiguó también la parte contraria que el niño no tenía empleo, y
dándosele un bledo de su nobleza, hubo aquello de decirle:
-Caballerito, ¿con qué objeto entra usted en mi casa?
-Quiero a Elenita -respondió mi sobrino.
-¿Y con qué fin, caballerito?
-Para casarme con ella.
-Pero no tiene usted empleo ni carrera...
-Eso es cuenta mía.
-Sus padres de usted no consentirán...
-Sí, señor; usted no conoce a mis papás.
-Perfectamente; mi hija será de usted en cuanto me traiga una prueba de
que puede mantenerla, y el permiso de sus padres; pero en el ínterin, si
usted la quiere tanto, excuse por su mismo decoro sus visitas...
-Entiendo.
-Me alegro, caballerito.
Y quedó nuestro Orlando hecho una estatua, pero bien decidido a romper por todos los inconvenientes.
Bien quisiéramos que nuestra pluma, mejor cortada, se atreviese a
trasladar al papel la escena de la niña con la mamá; pero diremos, en
suma, que hubo prohibición de salir y de asomarse al balcón, y de
corresponder al mancebo; a todo lo cual la malva respondió con cuatro
desvergüenzas acerca del libre albedrío y de la libertad de la hija para
escoger marido, y no fueron bastantes a disuadirle las reflexiones
acerca de la ninguna fortuna de su elegido: todo era para ella tiranía y
envidia que los papás tenían de sus amores y de su felicidad;
concluyendo que en los matrimonios era lo primero el amor, y que en
cuanto a comer, ni eso hacía falta a los enamorados, porque en ninguna
novela se dice que coman las Amandas y los Mortimers, ni nunca les
habían de faltar unas sopas de ajo.
Poco más o menos fue la escena de Augusto con mi hermana, porque aunque
no sea legítima consecuencia, también concluía que los Padres no deben
tiranizar a los hijos, que los hijos no deben obedecer a los padres:
insistía en que era independiente; que en cuanto a haberle criado y
educado, nada le debía, pues lo había hecho por una obligación
imprescindible; y a lo del ser que le había dado, menos, pues no se lo
había dado por él, sino por las razones que dice nuestro Cadalso, entre
otras lindezas sutilísimas de este jaez.
Pero insistieron también los padres, y después de haber intentado
infructuosamente varios medios de seducción y rapto, no dudó nuestro
paladín, vista la obstinación de las familias, en recurrir al medio en
boga de sacar a la niña por el vicario. Púsose el plan en ejecución, y a
los quince días mi sobrino había reñido ya decididamente con su madre;
había sido arrojado de su casa, privado de sus cortos alimentos, y Elena
depositada en poder de una potencia neutral; pero se entiende, de esta
especie de neutralidad que se usa en el día; de suerte que nuestra
Angélica y Medoro se veían más cada día, y se amaban más cada noche. Por
fin amaneció el día feliz; otorgose la demanda; un amigo prestó a mi
sobrino algún dinero, uniéronse con el lazo conyugal, estableciéronse en
su casa, y nunca hubo felicidad igual a la que aquellos buenos hijos
disfrutaron mientras duraron los pesos duros del amigo. Pero ¡oh,
dolor!, pasó un mes y la niña no sabía más que acariciar a Medoro,
cantarle una aria, ir al teatro y bailar una mazurca; y Medoro no sabía
más que disputar. Ello sin embargo, el amor no alimenta, y era
indispensable buscar recursos.
Mi sobrino salía de mañana a buscar dinero, cosa más difícil de
encontrar de lo que parece, y la vergüenza de no poder llevar a su casa
con qué dar de comer a su mujer, le detenía hasta la noche. Pasemos un
velo sobre las escenas horribles de tan amarga posición. Mientras que
Augusto pasa el día lejos de ella en sufrir humillaciones, la infeliz
consorte gime luchando entre los celos y la rabia. Todavía se quieren;
pero en casa donde no hay harina todo es mohína; las más inocentes
expresiones se interpretan en la lengua del mal humor como ofensas
mortales; el amor propio ofendido es el más seguro antídoto del amor, y
las injurias acaban de apagar un resto de la antigua llama que
amortiguada en ambos corazones ardía; se suceden unos a otros los
reproches; y el infeliz Augusto insulta a la mujer que le ha sacrificado
su familia y su suerte, echándole en cara aquella desobediencia a la
cual no ha mucho tiempo él mismo la inducía; a los continuos reproches
se sigue, en fin, el odio.
¡Oh, si hubiera quedado aquí el mal! Pero un resto de honor mal
entendido que bulle en el pecho de mi sobrino, y que le impide prestarse
para sustentar a su familia a ocupaciones groseras, no le impide
precipitarse en el juego, y en todos los vicios y bajezas, en todos los
peligros que son su consecuencia. Corramos de nuevo, corramos un velo
sobre el cuadro a que dio la locura la primera pincelada, y
apresurémonos a dar nosotros la última.
En este miserable estado pasan tres años, y ya tres hijos más rollizos
que sus padres alborotan la casa con sus juegos infantiles. Ya el
himeneo y las privaciones han roto la venda que ofuscaba la vista de los
infelices: aquella amabilidad de Elena es coquetería a los ojos de su
esposo; su noble orgullo, insufrible altanería; su garrulidad divertida y
graciosa, locuacidad insolente y cáustica; sus ojos brillantes se han
marchitado, sus encantos están ajados, su talle perdió sus esbeltas
formas, y ahora conoce que sus pies son grandes y sus manos feas;
ninguna amabilidad, pues, para ella, ninguna consideración. Augusto no
es a los ojos de su esposa aquel hombre amable y seductor, flexible y
condescendiente; es un holgazán, un hombre sin ninguna habilidad, sin
talento alguno, celoso y soberbio, déspota y no marido... en fin,
¡cuánto más vale el amigo generoso de su esposo, que les presta dinero y
les promete aun protección! ¡Qué movimiento en él! ¡Qué actividad! ¡Qué
heroísmo! ¡Qué amabilidad! ¡Qué adivinar los pensamientos y prevenir
los deseos! ¡Qué no permitir que ella trabaje en labores groseras! ¡Qué
asiduidad y qué delicadeza en acompañarla los días enteros que Augusto
la deja sola! ¡Qué interés, en fin, el que se toma cuando le descubre,
por su bien, que su marido se distrae con otra...!
¡Oh poder de la calumnia y de la miseria! Aquella mujer que, si hubiera
escogido un compañero que la hubiera podido sostener, hubiera sido acaso
una Lucrecia, sucumbe por fin a la seducción y a la falaz esperanza de
mejor suerte.
Una noche vuelve mi sobrino a su casa; sus hijos están solos.
-¿Y mi mujer? ¿Y sus ropas?
Corre a casa de su amigo. ¿No está en Madrid? ¡Cielos! ¡Qué rayo de luz!
¿Será posible? Vuela a la policía, se informa. Una joven de tales y
tales señas con un supuesto hermano han salido en la diligencia para
Cádiz. Reúne mi sobrino sus pocos muebles, los vende, toma un asiento en
el primer carruaje y hétele persiguiendo a los fugitivos. Pero le
llevan mucha ventaja y no es posible alcanzarlos hasta el mismo Cádiz.
Llega: son las diez de la noche, corre a la fonda que le indican,
pregunta, sube precipitadamente la escalera, le señalan un cuarto
cerrado por dentro; llama; la voz que le responde le es harto conocida y
resuena en su corazón; redobla los golpes; una persona desnuda levanta
el pestillo. Augusto ya no es un hombre, es un rayo que cae en la
habitación; un chillido agudo le convence de que le han conocido; asesta
una pistola, de dos que trae, al seno de su amigo, y el seductor cae
revolcándose en su sangre; persigue a su miserable esposa, pero una
ventana inmediata se abre y la adúltera, poseída del terror y de la
culpa, se arroja, sin reflexionar, de una altura de más de sesenta
varas. El grito de la agonía le anuncia su última desgracia y la
venganza más completa; sale precipitado del teatro del crimen, y
encerrándose, antes de que le sorprendan, en su habitación, coge
aceleradamente la pluma y apenas tiene tiempo para dictar a su madre la
carta siguiente:
Madre mía: Dentro de media hora no existiré; cuidad de mis hijos, y si
queréis hacerlos verdaderamente despreocupados, empezad por
instruirlos... Que aprendan en el ejemplo de su padre a respetar lo que
es peligroso despreciar sin tener antes más sabiduría. Si no les podéis
dar otra cosa mejor, no les quitéis una religión consoladora. Que
aprendan a domar sus pasiones y a respetar a aquellos a quienes lo deben
todo. Perdonadme mis faltas: harto castigado estoy con mi deshonra y mi
crimen; harto cara pago mi falsa preocupación. Perdonadme las lágrimas
que os hago derramar. Adiós para siempre.
Acabada esta carta, se oyó otra detonación que resonó en toda la fonda, y
la catástrofe que le sucedió me privó para siempre de un sobrino, que,
con el más bello corazón, se ha hecho desgraciado a sí y a cuantos le
rodean.
No hace dos horas que mi desgraciada hermana, después de haber leído
aquella carta, y llamándome para mostrármela, postrada en su lecho, y
entregada al más funesto delirio, ha sido desahuciada por los médicos.
«Hijo... despreocupación... boda... religión... infeliz...», son las
palabras que vagan errantes sobre sus labios moribundos. Y esta funesta
impresión, que domina en mis sentidos tristemente, me ha impedido dar
hoy a mis lectores otros artículos más joviales que para mejor ocasión
les tengo reservados.
Anota en este espacio todos los juicios, de acuerdo con su Relación.
Anota en este espacio todos los juicios, de acuerdo con su Relación.
Categóricos.
La despreocupación es la preocupación.
Disyuntivos.
El es hijo de su hermana o su sobrino es él .
Hipotético.
El es hijo de su hermana o su sobrino es él .
Hipotético.
Si usted me trae una prueba de que puede mantenerla entonces mi hija sera de usted.
Anota en este espacio todos los juicios, de acuerdo con su modalidad.
Problemático.
Anota en este espacio todos los juicios, de acuerdo con su modalidad.
Problemático.
Aquel modo de vivir es sencillo.
Apodíctico.
Apodíctico.
Todo esfuerzo es para cortar el mal.
Asertórico.
Augusto es un hombre.
Anota en este espacio todos los juicios, d acuerdo con su Comprehensión.
Asertórico.
Augusto es un hombre.
Anota en este espacio todos los juicios, d acuerdo con su Comprehensión.
Analítico.
Donde hoy hay harina todo es mohína.
Sintéticos.
Donde hoy hay harina todo es mohína.
Sintéticos.
Augusto es infeliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario